Aprendiendo a ser yo - Greg Egan
Tenía seis años cuando mis padres me contaron que había una pequeña joya oscura dentro de mi cráneo, aprendiendo a ser yo. Arañas microscópicas habían tejido una finísima red dorada por todo mi cerebro, de forma que el entrenador de la joya pudiese escuchar los susurros de mis pensamientos. La joya en sí fisgoneaba en mis sentidos y leía los mensajes químicos que portaba mi flujo sanguíneo; veía, oía, olía, gustaba y sentía el mundo exactamente igual que yo, mientras el entrenador examinaba los pensamientos de la joya y los comparaba con los míos. Cuando los pensamientos de la joya eran incorrectos, el entrenador -a mayor velocidad que el pensamiento- rehacía ligeramente la joya, alterándola por aquí y por allá, buscando los cambios que corrigiesen sus pensamientos. ¿Por qué? De forma que cuando yo ya no pudiese ser yo, la joya pudiese hacerlo por mí. Pensé: si oírlo me hace sentir extraño y mareado, ¿cómo se sentirá la joya? Exactamente de la misma forma, razoné; no sabe que es la joy...